Comentario
Cómo el capitán Gonzalo de Sandoval, que estaba en Naco, prendió a cuarenta soldados españoles y a su capitán, que venían de la provincia de Nicaragua, y hacían muchos daños y robos a los indios de los pueblos por donde pasaban
Estando Sandoval en el pueblo de Naco atrayendo de paz todos los más pueblos de aquella comarca, vinieron ante él cuatro caciques de dos pueblos que se decían Quequespan y Talchinalchapa, y dijeron que estaban en sus pueblos muchos españoles de la manera de los que con él estábamos, con armas y caballos, y que les tomaban sus haciendas e hijas y mujeres, y que las echaban en cadenas de hierro, de lo cual hubo gran enojo el Sandoval; y preguntando que qué tanto sería de allí donde estaban, dijeron que en un día llegaríamos; y luego nos mandó apercibir a los que habíamos de ir con él, lo mejor que podíamos, con nuestras armas y caballos y ballestas y escopetas, y fuimos con él setenta hombres; y llegados a los pueblos donde estaban los soldados, les hallamos muy de reposo, sin pensamiento que los habíamos de prender; y como nos vieron ir de aquella manera, se alborotaron y echaron mano a las armas, y de presto prendimos al capitán y a otros muchos dellos, sin que hubiese sangre ni de una parte ni de otra; y Sandoval les dijo con palabras algo desabridas, si les parecía bien andar robando a los vasallos de su majestad, y si sería buena conquista y pacificación aquella; y unos indios e indias que traían en colleras se los hizo sacar dellas y se los dio a los caciques de aquel pueblo, y a los demás mandó que se fuesen a sus tierras, que era cerca de allí. Pues como aquello fue hecho, mandó al capitán que allí venía, que se decía Pedro de Garro, que él y sus soldados fuesen presos y se fuesen con nosotros al pueblo de Naco, y caminamos con ellos; y traían los soldados muchas indias de Nicaragua, y algunas dellas hermosas, e indias naborías que tenían en su servicio, y todos los más dellos traían caballos; y como nosotros estábamos trillados y deshechos de los caminos pasados, y no teníamos indias que nos hiciesen pan, eran ellos unos condes en el servirse, según nuestra pobreza. Pues como llegamos con ellos a Naco, Sandoval les dio posadas en partes convenibles, porque venían entre ellos ciertos hidalgos y personas de calidad; y cuando hubieron reposado un día, y su capitán Garro vio que éramos de los de Cortés, hízose muy amigo de Sandoval y de nosotros y se holgaban con nuestra compañía. Y quiero decir cómo y de qué manera y por qué causa venía aquel capitán con aquellos soldados, y de esta manera que diré: pareció ser que Pedro Arias de Ávila, gobernador que fue en aquella sazón de Tierra-Firme, envió un su capitán que se decía Francisco Hernández, persona muy principal entre ellos, a conquistar y pacificar las tierras de Nicaragua y lo más que descubriese, y diole copia de soldados, así a caballo como ballesteros, y llegó a las provincias de Nicaragua y León, que así las llaman, las cuales pacificó y pobló; y como se vio con muchos soldados y próspero, y apartado del Pedro Arias de Ávila, y por consejeros que tuvo para ello, y también, según entendí, un bachiller Moreno, por mí ya nombrado, que la audiencia real de Santo Domingo y los frailes jerónimos que gobernaban en las islas le habían enviado a Tierra-Firme a cierto pleito, que tengo en mi pensamiento que era sobre la muerte de Balboa, yerno de Pedro Arias, al cual degolló sin justicia cuando le hubo casado con su hija doña Isabel Arias de Peñalosa, que así se llamaba; y el bachiller Moreno dijo al capitán Francisco Hernández que como conquistase cualquiera tierra, acudiese a nuestro rey y señor para que le hiciese gobernador della, que no hacía traición; y que el Balboa, que degolló Pedro Arias, siendo su yerno; que fue contra toda justicia, pues que el Balboa primero envió sus procuradores a su majestad para ser adelantado; y so color destas palabras que tomó del bachiller Moreno, envió el Francisco Hernández a su capitán Pedro de Garro para que por la banda del norte le buscase puerto para hacer sabidor a su majestad de las provincias que había pacificado y poblado, para que le hiciese merced que él fuese gobernador dellas, pues estaban tan apartadas de la gobernación de Pedro Arias. Y viniendo que venía el Pedro de Garro para aquel efecto, le prendimos, como dicho tengo. Y como el Sandoval entendió el intento a lo que venían, platicó con el Garro y el Garro con él secretamente, y diose orden que lo hiciésemos saber a Cortés, que estaba en Trujillo; y que el Sandoval tenía por cierto que Cortés le ayudaría para que quedase el Francisco Hernández por gobernador de Nicaragua. Pues ya esto concertado, envían Sandoval y el Garro diez hombres, los cinco de los nuestros y los otros cinco del Garro, para que costa a costa fuesen a Trujillo con las cartas, porque allí residía Cortés entonces, como dicho tengo en el capítulo que dello habla; y llevaron sobre veinte indios de Nicaragua de los que trajo Garro para que les ayudasen a pasar los ríos, en yendo por sus jornadas, no pudieron pasar el río de Pechin ni otro que se decía Balama, porque venían muy crecidos, y a cabo de quince días vuelven los soldados a Naco sin hacer cosa ninguna de lo que les fue mandado; de lo cual hubo tanto enojo el Sandoval, que de palabras trató mal al que iba por caudillo; y luego sin más tardar ordena que vaya por la tierra adentro el capitán Luis Marín con diez soldados, los cinco de Garro y los demás de los nuestros, y yo fui con ellos, y fuimos todos a pie y atravesamos muchos pueblos que estaban de guerra; y si hubiese de escribir por extenso los grandes trabajos y reencuentros que con indios de guerra tuvimos, y los ríos y ancones que pasamos en barcas y a nado, y la hambre que algunos días tuvimos, era para no acabar tan presto, y cosas muy de notar; mas digo que había día que pasábamos tres ríos caudalosos en barcas y a nado; y como llegamos a la costa, hubo muchos esteros, donde había lagartos; y en un río que se dice Xagua, que está del Triunfo de la Cruz diez leguas, estuvimos dos días en le pasar en barcas, según venía de recio, y allí hallamos calaveras y huesos de siete caballos que se habían muerto de mala yerba que habían pacido, y fueron de los de Cristóbal de Olí; y de allí fuimos al Triunfo de la Cruz, y hallamos naos quebradas dadas al través, y de allí fuimos en cuatro días a un pueblo que es dice Quemara, y salieron muchos indios de guerra contra nosotros, y traían unas lanzas grandes y gordas, y con sus rodelas y las mandaban con la mano derecha y sobre el brazo izquierdo, y jugaban de la manera que nosotros peleamos con las picas, y se nos venían a juntar pie con pie, y con las ballestas que llevábamos y a cuchilladas nos dieron lugar que pasásemos adelante, y allí hirieron dos de nuestros soldados; y estos indios que he dicho que salieron de guerra no creyeron que éramos de los de Cortés, sino de otros capitanes, que les íbamos a robar sus indios. Dejemos de contar trabajos pasados, y digo que en otros dos días de camino llegamos a Trujillo, y antes de entrar en él, que sería hora de vísperas, vimos a cinco de a caballo, y era Cortés y otros caballeros, que se habían salido a pasear por la costa, y cuando nos vieron de lejos no sabían qué cosa nueva podía ser; y como nos conoció Cortés, se apeó del caballo y con las lágrimas en los ojos nos vino a abrazar, y nosotros a él, y nos dijo: "¡Oh hermanos y compañeros míos, qué deseo tenía de veros y saber qué tales estabais!" Y estaba tan flaco, que hubimos lástima de verle; porque, según supimos, había estado a punto de morir de calenturas y tristeza que en sí tenía, y aun en aquella sazón no sabía cosa buena ni mala de lo de México; y dijeron otras personas que estaba ya tan a punto de morir, que le tenían hechos unos hábitos de san Francisco para le enterrar con ellos; y luego a pie se fue con todos nosotros a la villa, y nos aposentó y cenamos con él; y tenía tanta pobreza, que aun de cazabe no nos hartamos; y como le hubimos dado relación a lo que veníamos, y leído las cartas sobre lo de Francisco Hernández para que le ayudase, dijo que haría cuanto pudiese por él. Y en aquella sazón que allegamos a Trujillo había tres días que habían venido los dos navíos chicos con las mercaderías que enviaban de Santo Domingo, que era caballos y potros y armas viejas, y unas camisas y bonetes colorados, y cosas de poca valía, y no trajeron sino una pipa de vino, ni fruta ni cosa de provecho; que valiera más que aquellos navíos no vinieran, según todos nos adeudamos en comprar de aquellas bujerías. Pues estando que estábamos con Cortés dando cuenta de nuestro trabajoso camino, vieron venir en alta mar un navío a la vela, y llegado al puerto, venía de la Habana, que enviaba el licenciado Zuazo, el cual licenciado había dejado Cortés en México por alcalde mayor, y enviaba un poco de refresco para Cortés con una carta, la cual es esta que se sigue; y si no dijere las palabras formales que en ella venían, a lo menos diré la substancia della.